COMENTARIO DE TEXTO
TEXTO
Las carreteras, antes,
pasaban por el campo. Ahora ya no pasan por ningún sitio reconocible. Simplemente van de una ciudad a otra sin el menor
miramiento, desatendidas de las
geografías intermedias. Por supuesto que tampoco soy tan inflexible como para negar que las modernas
autovías han reducido las distancias antiguas
y han aportado una más efectiva correlación entre los fabricantes de automóviles y los ingenieros de caminos. Pero
también han convertido la campiña en una especie de ingrediente accesorio del
viaje. O en algo que apenas se deja ver. Ya se sabe que la velocidad es una pésima aliada de los gozos de la vista.
Los
muy acreditados atractivos de las viejas carreteras han sido efectivamente eliminados en autovías y autopistas. Tal vez sea mejor así, pero
aquellas carreteras que hoy se llaman
secundarias disponían de toda clase de reclamos tentadores. Tan pausadamente se recorrían que había tiempo para
todo, hasta para perderlo. El disfrute
de la vida contemplativa y el delicado negocio de la parada y fonda estimulaban al viajero en todo momento. Era
difícil resistirse a la tregua apacible de las ventas o al reposo en un ameno paraje al borde del camino.
Viajar
en automóvil por una autovía se parece ya bastante a viajar por el interior de una naturaleza si no muerta,
sumamente desmejorada.(...)
Que
conste que no estoy aludiendo en absoluto a ninguna nostalgia pueril ni a nada referido a la seguridad vial o a los
atascos de larga duración. Me limito a sugerir que el progreso no significa obligatoriamente
humanización y que, por tanto, una autovía tampoco presupone necesariamente que la rapidez y el bienestar
sean méritos complementarios.
La próxima vez que me aventure por una autovía no ahorraré esfuerzos para batir mi propio récord: el de
tardar más tiempo que nadie en llegar tan ricamente a mi destino. Así evito
también el riesgo de competir con apresurados.
J. M. Caballero Bonald
No hay comentarios:
Publicar un comentario